martes, enero 22, 2013

Intransigencia brutal de asesinos emocionales.

Desaparecer de la búsqueda, conciliar el sueño, amordazar el infierno,
confundir al remordimiento, apaciguar a los sulfurosos pensamientos,
revolver la lejanía, amarrar las suspicacias, vomitar las culpas.

Desenmarañar la oblicua imagen del pasado ya no vivido,
buscar el antiguo camino futurista que nunca vivirás,
remodelar las fallas estructurales de tu desenfrenada y equivoca mirada.
Culpas tienes, culpas a las que no miras, a las que, egoísmo en la mochila,
muy ligeras transportas. Culpas tienes, llantos, odios y errores de fondo.

Yo no te miraré más, ya nada hará que como antes, te explique el camino,
te lo indique e ilumine. Ya no te callé más, ya no te volví a callar, solo me callé.

Corriste, te vi correr, reíste, te vi reír, los culpabas, los vi inocentes, limpios.
Ya no hay preguntas que responder, ya no hay quejas, no hay salidas ni entradas,
mira a tu espalda y guarda de nuevo en tu mochila que te acompaña, guarda tus salidas.


Ya terminas de andar, y ahora solo te queda vivir cegada por el sistema y sus estructuras,
te camuflaras en ciertas vidas, intentando ahuyentar nuevamente tus miedos, y podrás gritar libertad,
pero la libertad encerrada en tu calavera amordazada con materia poco-gris, sabrás caer y llorar.

miércoles, enero 16, 2013

El galope de los muchos otros.


Y ni la ligera brisa hacia mas liviano su andar,
ni siquiera los monumentos que se vanaglorian de la suspicacia de algunos.
Y ni la sombra de su monstruosa alma permitía frenar,
el calor absoluto del galope azoteador de su liviandad mental.

Corrían los años miles, corrían a mil por hora, segundos,
llegaban de segundos y de últimos, nunca de primeros.
Ni nadie los esperaba, caían y caían, en su precipicio,
caían y caían, en sus cárceles, en sus cementerios.

Muchos otros hacían de vocal, otros de letras, miles otros de números,
en un momento no existente, se miraron, lloraron, lloraron y se miraron.
Los otros, amielaban sus escamas para no oler como fétidos pescados,
endulzaban su caparazón, antes bañada de odio, sangre y abuso.

Los ladridos fueron profundos, ensordecedores, de una rabia contenida,
ya no serían ellos los que recibieran latigazos, ya no serian ellos los quemados.
Se fundieron en dolor y nacieron en la lucha de volver a ser, ser de ser, de ser un ser,
y comieron sus mieles y robaron sus dulces, nuevamente vieron las escamas de esos otros.

Corrían los años miles, corrían y corrían, ya nadie podía parar, el galope de los muchos otros.