Y ni la ligera brisa hacia mas liviano su andar,
ni siquiera los monumentos que se vanaglorian de la suspicacia de algunos.Y ni la sombra de su monstruosa alma permitía frenar,
el calor absoluto del galope azoteador de su liviandad mental.
Corrían los años miles, corrían a mil por hora, segundos,
llegaban de segundos y de últimos, nunca de primeros.
Ni nadie los esperaba, caían y caían, en su precipicio,
caían y caían, en sus cárceles, en sus cementerios.
Muchos otros hacían de vocal, otros de letras, miles otros de números,
en un momento no existente, se miraron, lloraron, lloraron y se miraron.Los otros, amielaban sus escamas para no oler como fétidos pescados,
endulzaban su caparazón, antes bañada de odio, sangre y abuso.
Los ladridos fueron profundos, ensordecedores, de una rabia contenida,
ya no serían ellos los que recibieran latigazos, ya no serian ellos los quemados.Se fundieron en dolor y nacieron en la lucha de volver a ser, ser de ser, de ser un ser,
y comieron sus mieles y robaron sus dulces, nuevamente vieron las escamas de esos otros.
Corrían los años miles, corrían y corrían, ya nadie podía parar, el galope de los muchos otros.
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