martes, noviembre 05, 2013

MI DIA, MI VIDA.

No existen palabras simples, ni complicadas. No existe la consecuencia, creerlo es inconsecuente con uno mismo, con el Ser.

No sé qué año mismo era, el entorno sin embargo era más natural, violado, pero natural o por lo menos no costaba nada encontrarse con árboles en medio de la urbe, se podían cruzar pampas sin temor a encontrar un gran cerco, o una gran villa exclusiva, quizás se encontraba un “futre” furtivo, solitario, de personalidad agresiva.  En retrospectiva creo que el entorno no tan solo nos afecta o suma o resta  directamente a o en nuestro carácter y nuestra personalidad, si no que, más importante aún, nos diferencia enormemente de nuestros símiles actuales, de los infantes de la edad media, y esos se diferencian de los de milenios atrás y nosotros somos, agredidos por el entorno, diametralmente distintos a todos ellos también. Lo difícil es cuando el “alma” sufre internamente también esa diferencia generacional entre pares contrapuestos y extemporáneos.

Había sol, ese sol de rayos amarillentos, el que se diluye entre las pestañas y refleja la belleza propia en sombra, sombra que nos muestra la modificación que sufrimos o gozamos, no es lo mismo una sombra en el suelo a una en un matorral. Había sol, y solíamos recorrer la pampa de cabo a rabo, de abajo a arriba, era nuestro patio, nuestro jardín, nuestro campo de batalla, era nuestra imaginación, nuestra cancha, era nuestra aventura, era en su minuto, simplemente el cerro, nuestro pasaje a la playa, aprovechando los pocos días veraniegos que la ciudad nos entregaba, a diferencia de hoy, ya que el verano es capaz de entregar un mes completo de sol. Eso es un cambio en el entorno. Fuerte, rudo, en la cara.

Ese día era cualquier día de un ciclo vivido, cualquier día de esos de sol que viví por algunos años, ese día viajé infinitamente en mi mente, admiraba las nubes, las empecé a amar, a sentir, ahora las necesito, no hay manera de no sentir deseo de abrazar una buena nube compuesta o de diluir la mente ante una nube difuminada, su contorno, su contraposición ante el celestino cielo, ante un pájaro oscuro que se ilumina con un fondo tan perfecto como el que un nube revela. Esos días yo no jugaba, yo vivía, elegía vivir y gozar, mis sentimientos eran fuertes, concluyentes, amaba ser yo, despreocupado de lo Magno, respirando hasta la medula el detalle, ese día perseguí mi bote de madera que navegaba en el estero, ese día respiraba el viento que calaba mi nariz cuando bajaba a toda velocidad el cerro sobre mi bólido trineo de madera. Ese día era cualquier día, pero eran mis días, sin censuras y sin permisos, era el entorno y era yo, y yo era el entorno del entorno, y sé que él disfrutaba de su entorno.

Y esos antiguos entornos ya no están, son, pero no están o incluso están pero ya no son, sufrieron y así lo siento, sufrieron para transformarse en el entorno de otros, y ya nunca volverán a ser lo que fueron, por que ahora son lo que son pero para otros que no soy yo. Y esos otros no serán como yo, ni pensaran lo que yo, porque su entorno, si bien esta donde estaba el mío, irremediablemente es otro entorno, el árbol ya no es árbol, el estero ya no es estero, las murallas que no existían ahora sí, tienen censura natural, la censura al camino libre que alivie los muchos días de sol que los otros y yo vivimos, ahora les crearon entornos virtuales, cegados “disfrutan”, ahora compiten, su entorno los compite y elimina al perdedor, ahora hay miedo, miedo a disfrutar lo que más tarde seguirán acabando, miedo a vivir, a despreocuparse, miedo a pensar que hoy es tu entorno y mañana, entregado a otro, ya no será el tuyo, y ese dolor, para los otros, es innecesario vivir y sentir.

Estoy incomodo, hago un pequeño movimiento y sigo incomodo.

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